En el que confías con los ojos cerrados

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Hay alguien a quien se le entrega la confianza plena, todos los días, en repetidas ocasiones y sin tener la menor idea de quién es y cómo es que hizo aquello que nos llevamos a la boca, tenemos la plena certeza que nos hará bien o estamos complemente seguro que funcionará para lo que nos indica: el industrial.
La leche en polvo a los niños, el agua embotellada, la medida exacta de los tornillos, la dosis correcta del medicamento, todo aquello envasado y procesado proviene del esfuerzo de muchos, con la precisión y calidad que sólo un industrial es capaz de otorgar.
Eso hace el industrial, que, sin ser un héroe anónimo, sí es quien se ha ganado la confianza de los consumidores que saben, que el empaque tiene lo que dice, el contenido es lo que se establece y las medidas o tamaños corresponden.
Porque la precisión, la calidad, los indicadores, no tienen error. ¿Cuántos envases serán distintos unos de otros, en un millón? Ninguno. ¿y en diez?, ninguno. Porque es lo que caracteriza a la industria. La repetición de procesos una y miles de veces antes de lanzar un producto al mercado hasta que milimétricamente cumple con las expectativas.
Como en todas las actividades empresariales, la industria ha ido gradual y certeramente mejorando gracias a la innovación y creatividad. Sistematizando, localizando mejor materia prima, adecuando la maquinaria hasta hacerla totalmente confiable, duradera y de trabajo continuo. Congregando en su entorno personas con integridad que harán su trabajo en orden, con limpieza y hecho bien al primer intento.
Con talentos en continuo perfeccionamiento, perfectamente organizado el engranaje de sus movimientos. Las fábricas son, en algunos casos, también la escuela y la herencia de una cultura de prosperidad y mejores hábitos.
Recuerdo que hace unos años un especialista en temas laborales tuvo que acudir a la casa de una trabajadora para realizar una entrevista. Ella era una modesta colaboradora de la industria de la maquila. 'Sorpresa la que me llevé. Su casa, por fuera, aunque modesta, limpia. Por dentro, lo mismo. Todo en su lugar, impecable, organizado y reluciente, con aroma a fresco', me dijo.
Su sorpresa fue porque asociaba la falta de recursos económicos con la desorganización y, eventualmente, falta de higiene.  No es el caso. Ella, como muchos otros trabajadores de la industria era una heredera de la cultura del orden, la sistematización, de protocolos y normas que, una vez aprendidos en el trabajo, son el reflejo de nuestras conductas en la vida diaria, y quiérase que no, eso es una contribución para sembrar en ellos la semilla de la superación y el bien ser de las cosas y de la vida.
En la industria no se discute la equidad de género. Se promueve el respeto, eso sí, como una norma indispensable de la sana convivencia. Pero decía que la equidad no. Las mujeres suelen ser, por mucho, más competitivas, concentradas, responsables y enfocadas en sus tareas.
Lo que existe, es una práctica férrea, sin discusión, con respecto a los procesos. Cero errores, cero improvisaciones. La industria requiere de un paso con respecto al otro. En la industria somos un equipo de trabajo que dependen unos de los otros.
Si se tratara de una prueba de supervivencia, los industriales viviríamos todos, porque sabemos que quien tenemos a un lado o un paso atrás del proceso, cumplirá y nos entregará, en tiempo, calidad y forma. Y nosotros haremos lo mismo, hasta llegar al producto terminado.
Así es la industria, el eslabón de cadena, el engranaje que permite funcionar la máquina de la eficiencia, de la exactitud y la precisión que a lo largo de la historia ha permitido que usted, con los ojos cerrados y sin conocernos, nos otorgue la confianza de poner un alimento procesado por nosotros en la boca de su bebé.

Fuente: https://www.elvigia.net/columnas/2023/7/26/en-el-que-confias-con-los-ojos-cerrados-422517.html

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